Hoy quisiera herirte tanto como tú me has herido, pero no
tengo las armas, ni las fuerzas y sobre todo, no tengo tan poco clase como para
rebajarme a donde andas tú. Empiezo a
creer que todo este tiempo siempre fuiste el tipo que hoy se sienta frente a
mí; Un perfecto desconocido que ha dañado más de lo que yo creí que había por
dañar en mi ser. Te deseo tanto mal. Eres un niño y me hubiera gustado, soñé
tantas veces con que algún día fueras un hombre. Por ende, como buen chiquillo
vas andando con la mirada hacía el piso recogiendo cualquier porquería que
encuentras por ahí. Es cierto, a veces no todo lo que anda tirado resulta ser
una porquería, pero vaya que tú si tienes un ojo conocedor para escoger de lo
peor. Supongo que conmigo esa visión te falló, pues conseguiste más de lo que
tú mismo pudiste creer merecer. Pero, bueno hoy lo has perdido. Ay nene, quizá
habría que volver a la escuela para enseñarte que todo lo que uno hace tiene
siempre sus consecuencias. Qué pena que la cobardía se te dé tan bien. En tus
ojos que se llenan de lágrimas al ver que “la mujer de tu vida” se te va, sólo
puedo recalcar, que sí se va, va saliendo por la puerta grande como toda una
reina que siempre trabajó por lo mejor y construyó lo que ahora tú destruyes. Ni cincuenta ingenieros pueden reconstruir el palacio
que ella edificó… para dos. Mucho menos tú con tu desidia y poco compromiso
podrás ser capaz de levantar una piedra. Buena suerte, ahora estás solo. Aunque
a tu reina - porque “princesa” ¿tuya? Nunca más - el amor no se le esfume como
la confianza, el tiempo premia. Todo aquello que propones resolver con un beso,
quizá para tu dama, no tiene solución. No la culpes de sus arrebatos, tus
frases hechas y el tonto amor son traicioneros y confusos. Un te amo, no es un
te quiero a mi lado.